jueves, 31 de diciembre de 2009

¡VIVA TIMBIO!



¡VIVA TIMBIO! Decía un letrero que colgaba en la superficie del sucio muro de la esquina de la novena con octava. Un hombre; con la mirada cansada y gesto aterrador, como si no hubiera dormido en años construía a martillazos una ordinaria salida de emergencia para su humilde morada. Había mucho ruido y poca gente alrededor, me detuve asombrada y observe como caían segundo a segundo bloques de ladrillo y cemento, (recuerdo que eso fue lo que más me atrajo y más curiosidad despertó en mí), a la par que las gotas de sudor que caían del sujeto, luego, haciendo un esfuerzo comencé a visualizar objetos inútiles en posiciones inútiles; una silla con bombillas, un televisor quebrado, herramientas colgadas de hilitos, telas de muchos colores sujetando un ramo de rosas… comencé a alterarme y de inmediato quise abalanzarme sobre el extraño para interrogarlo. Sentí la necesidad de una explicación a tan grandiosas imágenes llenas de anti-arte que merecían alabanzas, pero preferí, quizá por pánico quedarme estática y apreciar la belleza de cada objeto que mis lentes rayados conseguían comprender desde el otro extremo de la calle.
A los días siguientes, una curiosidad y una extraña sensación de decepción invadieron mi cuerpo, miles de preguntas y nunca una respuesta ¿Quién era ese sujeto? Me preguntaba diariamente ¿Un producto de mi imaginación?, ¿Por qué las flores?, ¿Por qué aquellos objetos?, ¿Por qué esa esquina?, ¿Por qué viva Timbio?, ¿Acaso, todo se conecta en algo? Comenzó en mi cabeza todo un proceso de cuestionamiento que luego fue ascendiendo a culpa, cobardía y tal vez a locura tras no haber sido capaz de avecinarme a conocer ese mundo surreal en una esquina cotidiana.
Hoy, mientras pasaba la mañana en el colegio lidiando con el pesado trabajo de describir a cada uno de mis compañeros de clase, y organizar el salón de tal modo que se nos viera la carita a todos (ya que la profesora nueva me había encargado tal tarea) pensaba en que al salir tendría que estar dispuesta a incluirme en ese idílico mundo que me desvelaba ya hace algunos días. Al terminar la jornada iba apresurada y cuando regresé a ver hacia uno de mis costados, de una boca, en un colectivo, se desprendía un viscoso gargajo que viajaba directo hacia un niño que se escudaba detrás de mi cuerpo con cara de estúpido. Reaccioné con agilidad y tuve un gesto de rechazo… 5 segundos de silencio mirando la mancha verde en la pared y continúe caminando, a medida que avanzaba, ya un poco tensa, escuche a mis espaldas un “te amo”, era él. Ese insoportable compañero de salón al que no odio, pero tampoco admiro, queriendo ser solidario por la presentación que ejecuté de él en horas de clase; con actitud despótica lo alejé de mí y me dirigí furibunda a paso rápido por la carretera, estaba ya muy perturbada y me senté en el anden a respirar polvo un rato, en la acera del frente un hombre descalzo (o bueno, con sus zapatos de mugre) deambulaba pidiendo comida, tenia una camisa habana (¿Del mugre? Que absurda) a cuadros y rota, un pantalón gris y un trozo de piola verde amarrado a la cintura, que creo yo jugaba el papel de cinturón, pero no estaba enganchado al pantalón, lo que hizo en mi soltar una carcajada estruendosa; quise preguntarle si era un viejo truco para moldear el cuerpo o estaba recordando el cuento del viejo rey con su traje invisible.
Ya con el ánimo mejor, caminé saludando al señor del kumis patiano y mas allá vi al loco de la piscina, ¿Lo recuerdan?, Ese que cada vez que ve una fuente recuerda su niñez y no importa quién o dónde esté, se despoja de su ropa y al agua sin ninguna privación como lo hizo aquella vez en el banco de la república. Ese recuerdo puso una sonrisa en mi rostro que hizo que mientras caminaba pensara en lo bonito de las rosquillas viejas de hace cuatro días en la panadería esa, del homosexual refinado cortando el cabello, de la señora vendiendo huevos, del ejecutivo almorzando, de los fantásticos helado de quinientos, para mi todo fue tan pulcro, tan dichosamente estético, que mi nivel de éxtasis era subliminal. Pero alcanzando la esquina de la novena con octava, no vi un letrero en un muro, no vi un muro, no vi objetos, no vi salida de emergencia, no vi esquina, no vi al sujeto extraño, no vi ese mundo surreal del cual quería conocer, no vi ese cuadro que rondaba mi mente martirizándome día a día. Solo vi un par de paredes invisibles sostenidas de cuatro palos de guadua, dos constructores destruyendo un espacio, toda una obra de arte vuelta trizas.
Pero si tan solo, ¡supieran el valor! Recriminándome lamenté que la conciencia de cultura no les daba para tanto, era desgarrador, indignante era también cuando cogían sus palas y cavaban removiendo la tierra, cuando tiraban objeto por objeto con tanta frescura. Comencé lentamente a sollozar confundida, quería trasbocar y el odio entro a gritos por mis venas, me hervía la sangre y tuve ganas de romperles un ladrillo a esos farsantes, de escupirles la cara, herirlos a bofetadas, pero el pavor que me producía me agobiaba. Lamentablemente soy tan débil, me sumergía en ese recuerdo, me recalcaba lo ignorante que había sido al no vivificar ese poético espacio. Sin más remedio corrí a casa. Salude, rechacé el almuerzo a mamá, me enclaustre en el cuarto, leí un buen libro, escuché un poco de música y dormí hasta el otro día.
Al día siguiente tuve la esperanza de que todo lo pasado fuera una cruel pesadilla, pero camino hacia el colegio me reencontré con la verdad: “Curaduría Urbana No 2435-4354 Popayán”.


CARMEN ALICIA SANCHEZ.

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