martes, 20 de septiembre de 2011

CELIA TIENE UN GATO


Celia tiene un gato. A los cinco años tuvo la peor desilusión de su vida cuando abrió el libro de cuentos en lo oscuro y no salieron estrellas brillantes como ilustraba el paquete. Mentira. La magia de la imaginación. Mentira. A los seis o a los cuatro quiso que su cama fuera un barco. Como otras mañanas se metió debajo de la sábana-camarote y no pudo. La sábana no pudo dejar de ser sábana. Perdida la chispa. Como el orgasmo que se pierde en el pensamiento y se va, se va y no hay vueltas.


Celia tiene un gato. A veces le dan ganas de tirarse por la ventana del ómnibus. O fingir un ataque cardíaco a las 8 de la mañana, tirarse en el pasillo, retorcerse. Observar con la risa en la punta de la lengua las reacciones de los pasajeros y luego levantarse sonriente, sacudirse los muslos y anunciar que era mentira. Que es mentira. Después invitaría a tomar un helado al primero que se levantó a auxiliarla. Al menos tendrían una anécdota para contar al llegar a sus casas. Ahora reflexiona sobre las posibles consecuencias del hecho. La ley no ampara esas situaciones, no hay sanciones, piensa. Sospecha que todo lo que la ley no ampara forma parte de lo no previsto. Y le entusiasma. Le entusiasma ese espacio al que la necesidad de regularizar todo no ha llegado. La excepción, el paréntesis, la tierra virgen, la arena movediza, el signo de pregunta. De ese espacio salen chispas.


Celia tiene un gato. Y lo detesta.


MELISA BUSTAMANTE
(URUGUAY).

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